Max Murillo Mendoza.
La pedagogía norteamericana en general privilegia los resultados por
encima del rendimiento, como asunto primario e importante, de su sistema
educativo. Premia a los genios e inteligentes, a los number one de la lista;
pero lamentablemente condena a los demás. Es decir, los fracasos escolares son
enormes y muchas veces insalvables. En cambio, la pedagogía japonesa privilegia
más bien el proceso, es decir el rendimiento a costa de los resultados. Lo que
califican los japoneses son los trabajos diarios, las tareas, las
investigaciones cotidianas. Esos aspectos que al final son lo más democrático
del proceso, y donde los alumnos se están entrenando y preparando para rendir
toda la vida, genios y normales por igual. En el caso de la pedagogía
norteamericana, los alumnos están acostumbrados o entrenados, en general, sólo
para los exámenes. Ahí las condiciones no son precisamente democráticas, pues
están condicionadas para los más inteligentes. Y está demostrado que esos
inteligentes no son los más trabajadores después, sino los más mimados y poco
productivos a la hora de enfrentarse a la realidad. Por eso intentan parchar
ese sistema por elementos alternativos, como las “inteligencias múltiples”.
Ponen de moda a Goleman para equilibrar sus fracasos escolares. Estos dilemas
son actuales, son parte de las discusiones curriculares en todo el mundo.
Bolivia también es parte de estas discusiones técnicas; hoy en un espacio
distinto y, por decir así, con reglas de juego distintas.
Difícil configurar en pocas palabras el perfil del alumno en Bolivia.
Nuestras realidades son diversas, son distintas y diametralmente opuestas en
sus regiones con características geográficas tan propias. Desde el punto de
vista económico, quizás no habría muchas diferencias porque en todas las regiones
se requieren articular ejes de desarrollo económico; pero desde los puntos de
vista de los mecanismos y metodologías de desarrollo, no es lo mismo el
altiplano, los valles y los llanos orientales. Ahí los temas de curriculum
tienen que reflejar esas especialidades. Existen en Bolivia distintas
experiencias alternativas que a lo largo de los años han ganado prestigio, por
sus resultados. Es de lamentar que esas experiencias nunca han sido rescatadas
por el Estado. Experiencias que han articulado perfiles de alumnos, según las
regiones, con lo intelectual y manual. En varios casos dichas experiencias
incluso han sido ejemplos para otros países. En el caso de la nueva Ley Aveliño
Siñani, no existe novedades respecto de lo productivo o de rescatar y
revalorizar lo cultural. Quizás sí en el demasiado énfasis ideológico político,
que por supuesto es importante para reforzar mecanismos de pensamiento, en la
línea de fortalecer niveles de identidad cultural.
Una de las tragedias de nuestros sistemas educativos en Bolivia, es
que no están articulados a los procesos económicos de las regiones. Es decir no
responden a las demandas económicas ni productivas de ningún lugar del país.
Ese divorcio congénito y estructural, que no podemos resolver con ninguna
reforma educativa, hace que las distintas Leyes Educativas sigan siendo lindos
deseos y enunciados, que siguen sin responder estructuralmente al drama
boliviano. Por lo que no sabemos a ciencia cierta, que la actual Ley Educativa
sea realmente un engranaje que articule ese divorcio entre realidades
productivas y económicas, y Leyes Educativas o reformas educativas. Seguimos
repitiendo la enfermedad Estatal de inventar la pólvora, de empezar de cero y
de ser los dueños de la película. Nunca se rescata lo mejor del anterior ciclo
o proceso. Se inventa todo. Porque ese
círculo vicioso de eliminar al enemigo, no terminará mientras sigamos en
política abierta y ciega hacia las novedades de los demás. Por tanto, la Nueva
Ley Educativa a pesar de sus virtudes y potencialidades, tampoco ha cumplido el
rito de conocer lo mejor del anterior proceso. Ni siquiera menciona los
resultados del anterior proceso, sino los supone como inferiores al nuevo
modelo. Y la experiencia nos dice al respecto, que en algunos años más se
inventará otra Ley, para superar a esta; pero sin los argumentos necesarios que
justifiquen esos cambios. De manera práctica, no nos queda otro camino que
aceptar las líneas generales de esta nueva Ley, hasta su desgaste cuando se
enfrente a la dura realidad.
Y la dura realidad seguirá nomás con sus ritmos desde siempre
conocidos; aunque modificados más por esfuerzo de entidades fuera del Estado
que dentro, como de las variadas y variopintas experiencias educativas a lo
largo del país. En esas duras realidades se confrontan modelos, digamos,
actuales y modernos con mentalidades no precisamente modernas, o estructuras
institucionales nada modernas. Por ejemplo las normales urbanas y rurales.
Instituciones que no son precisamente centros de entrenamiento y reciclaje de
la mano de obra educativa. Las normales desde siempre son más bien entidades de
beneficencia y agencias de empleo, que en general acuden personas que no tienen
más opciones profesionales y económicas. Esa característica se arrastra desde
hace demasiados años, desde el siglo XIX. Las universidades también seguirán en
esa inercia de no poder tocar al sistema educativo, sino como estudiosos de ese
fenómeno; pero sin ningún impacto directo. Y, finalmente, las clásicas
divisiones entre educación rural y urbana, seguirán vigentes a pesar de las
leyes y los enunciados. Esas enormes brechas entre educación de primera y
educación de segunda o tercera, no serán resueltas por sólo leyes interesantes
y casi de moda. Las realidades sociales y económicas son tan grandes, como
barreras en sí mismas, que requieren más bien políticas agresivas de proyectos
pedagógicos ambiciosos, que rompan definitivamente esas estructuras mentales y
económicas; en sintonía y lectura clara de las necesidades del país. Además,
nuestras duras realidades requieren de tratamientos integrales de profesionales
de distintas especialidades. Los diagnósticos actuales son mucho más complejos
y dinámicos que hace 30 años. Ya no son suficientes sólo los diagnósticos
educativos o pedagógicos. Requerimos la abierta participación de lecturas
económicas más precisas, de lecturas sociales más puntuales, culturales y
tecno-científicas adecuadas a nuestras realidades. Esos desafíos no son de
escritorio, sino de investigaciones de amplio espectro práctico y de terreno de
campo. En definitiva, nuestras duras realidades no están siendo atendidas como
deberían, sino sólo desde escritorios y con especialistas demasiado clásicos.
Repitiendo constantemente todos los errores de los anteriores procesos.
Pues seguimos nomás caminando
como en el mito de Sísifo, cayendo y subiendo hasta el fin de los tiempos. Tengo
la esperanza que se tome consciencia en estos tiempos, que a pesar de todo, de
cambio, de modificaciones y de recambio generacional. Las nuevas tecnologías
están empezando a influir de manera dramática y decisiva. Quizás esos empujen
externos nos hagan por fin constatar que lo que hoy tenemos no sirve para
mucho, creo que para nada respecto de las nuevas corrientes y desafíos mundiales.
Esas nuevas tecnologías están exigiendo a los jóvenes que estén atentos a lo
que se viene, y eso también me da mucha fe en que las nuevas generaciones por
fin se animen a resolver, lo que las viejas y nuestras generaciones no lo
hicimos, por ceguera mental e inutilidad política práctica.
Como siempre en Bolivia, en educación, las experiencias alternativas y
de vanguardia seguirán estando fuera del Estado. Hay que crear otras más para
seguir empujando al Estado a que cambie en serio, a que modifique sus
percepciones y se dedique realmente a hacer educación, en serio.
La Paz, noviembre de 2014.
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