lunes, 10 de noviembre de 2014

¿RESULTADOS O RENDIMIENTO?

                                                                                                   Max Murillo Mendoza.

La pedagogía norteamericana en general privilegia los resultados por encima del rendimiento, como asunto primario e importante, de su sistema educativo. Premia a los genios e inteligentes, a los number one de la lista; pero lamentablemente condena a los demás. Es decir, los fracasos escolares son enormes y muchas veces insalvables. En cambio, la pedagogía japonesa privilegia más bien el proceso, es decir el rendimiento a costa de los resultados. Lo que califican los japoneses son los trabajos diarios, las tareas, las investigaciones cotidianas. Esos aspectos que al final son lo más democrático del proceso, y donde los alumnos se están entrenando y preparando para rendir toda la vida, genios y normales por igual. En el caso de la pedagogía norteamericana, los alumnos están acostumbrados o entrenados, en general, sólo para los exámenes. Ahí las condiciones no son precisamente democráticas, pues están condicionadas para los más inteligentes. Y está demostrado que esos inteligentes no son los más trabajadores después, sino los más mimados y poco productivos a la hora de enfrentarse a la realidad. Por eso intentan parchar ese sistema por elementos alternativos, como las “inteligencias múltiples”. Ponen de moda a Goleman para equilibrar sus fracasos escolares. Estos dilemas son actuales, son parte de las discusiones curriculares en todo el mundo. Bolivia también es parte de estas discusiones técnicas; hoy en un espacio distinto y, por decir así, con reglas de juego distintas.

Difícil configurar en pocas palabras el perfil del alumno en Bolivia. Nuestras realidades son diversas, son distintas y diametralmente opuestas en sus regiones con características geográficas tan propias. Desde el punto de vista económico, quizás no habría muchas diferencias porque en todas las regiones se requieren articular ejes de desarrollo económico; pero desde los puntos de vista de los mecanismos y metodologías de desarrollo, no es lo mismo el altiplano, los valles y los llanos orientales. Ahí los temas de curriculum tienen que reflejar esas especialidades. Existen en Bolivia distintas experiencias alternativas que a lo largo de los años han ganado prestigio, por sus resultados. Es de lamentar que esas experiencias nunca han sido rescatadas por el Estado. Experiencias que han articulado perfiles de alumnos, según las regiones, con lo intelectual y manual. En varios casos dichas experiencias incluso han sido ejemplos para otros países. En el caso de la nueva Ley Aveliño Siñani, no existe novedades respecto de lo productivo o de rescatar y revalorizar lo cultural. Quizás sí en el demasiado énfasis ideológico político, que por supuesto es importante para reforzar mecanismos de pensamiento, en la línea de fortalecer niveles de identidad cultural.

Una de las tragedias de nuestros sistemas educativos en Bolivia, es que no están articulados a los procesos económicos de las regiones. Es decir no responden a las demandas económicas ni productivas de ningún lugar del país. Ese divorcio congénito y estructural, que no podemos resolver con ninguna reforma educativa, hace que las distintas Leyes Educativas sigan siendo lindos deseos y enunciados, que siguen sin responder estructuralmente al drama boliviano. Por lo que no sabemos a ciencia cierta, que la actual Ley Educativa sea realmente un engranaje que articule ese divorcio entre realidades productivas y económicas, y Leyes Educativas o reformas educativas. Seguimos repitiendo la enfermedad Estatal de inventar la pólvora, de empezar de cero y de ser los dueños de la película. Nunca se rescata lo mejor del anterior ciclo o proceso.  Se inventa todo. Porque ese círculo vicioso de eliminar al enemigo, no terminará mientras sigamos en política abierta y ciega hacia las novedades de los demás. Por tanto, la Nueva Ley Educativa a pesar de sus virtudes y potencialidades, tampoco ha cumplido el rito de conocer lo mejor del anterior proceso. Ni siquiera menciona los resultados del anterior proceso, sino los supone como inferiores al nuevo modelo. Y la experiencia nos dice al respecto, que en algunos años más se inventará otra Ley, para superar a esta; pero sin los argumentos necesarios que justifiquen esos cambios. De manera práctica, no nos queda otro camino que aceptar las líneas generales de esta nueva Ley, hasta su desgaste cuando se enfrente a la dura realidad.

Y la dura realidad seguirá nomás con sus ritmos desde siempre conocidos; aunque modificados más por esfuerzo de entidades fuera del Estado que dentro, como de las variadas y variopintas experiencias educativas a lo largo del país. En esas duras realidades se confrontan modelos, digamos, actuales y modernos con mentalidades no precisamente modernas, o estructuras institucionales nada modernas. Por ejemplo las normales urbanas y rurales. Instituciones que no son precisamente centros de entrenamiento y reciclaje de la mano de obra educativa. Las normales desde siempre son más bien entidades de beneficencia y agencias de empleo, que en general acuden personas que no tienen más opciones profesionales y económicas. Esa característica se arrastra desde hace demasiados años, desde el siglo XIX. Las universidades también seguirán en esa inercia de no poder tocar al sistema educativo, sino como estudiosos de ese fenómeno; pero sin ningún impacto directo. Y, finalmente, las clásicas divisiones entre educación rural y urbana, seguirán vigentes a pesar de las leyes y los enunciados. Esas enormes brechas entre educación de primera y educación de segunda o tercera, no serán resueltas por sólo leyes interesantes y casi de moda. Las realidades sociales y económicas son tan grandes, como barreras en sí mismas, que requieren más bien políticas agresivas de proyectos pedagógicos ambiciosos, que rompan definitivamente esas estructuras mentales y económicas; en sintonía y lectura clara de las necesidades del país. Además, nuestras duras realidades requieren de tratamientos integrales de profesionales de distintas especialidades. Los diagnósticos actuales son mucho más complejos y dinámicos que hace 30 años. Ya no son suficientes sólo los diagnósticos educativos o pedagógicos. Requerimos la abierta participación de lecturas económicas más precisas, de lecturas sociales más puntuales, culturales y tecno-científicas adecuadas a nuestras realidades. Esos desafíos no son de escritorio, sino de investigaciones de amplio espectro práctico y de terreno de campo. En definitiva, nuestras duras realidades no están siendo atendidas como deberían, sino sólo desde escritorios y con especialistas demasiado clásicos. Repitiendo constantemente todos los errores de los anteriores procesos.

Pues seguimos  nomás caminando como en el mito de Sísifo, cayendo y subiendo hasta el fin de los tiempos. Tengo la esperanza que se tome consciencia en estos tiempos, que a pesar de todo, de cambio, de modificaciones y de recambio generacional. Las nuevas tecnologías están empezando a influir de manera dramática y decisiva. Quizás esos empujen externos nos hagan por fin constatar que lo que hoy tenemos no sirve para mucho, creo que para nada respecto de las nuevas corrientes y desafíos mundiales. Esas nuevas tecnologías están exigiendo a los jóvenes que estén atentos a lo que se viene, y eso también me da mucha fe en que las nuevas generaciones por fin se animen a resolver, lo que las viejas y nuestras generaciones no lo hicimos, por ceguera mental e inutilidad política práctica.

Como siempre en Bolivia, en educación, las experiencias alternativas y de vanguardia seguirán estando fuera del Estado. Hay que crear otras más para seguir empujando al Estado a que cambie en serio, a que modifique sus percepciones y se dedique realmente a hacer educación, en serio.


                                                                                            La Paz, noviembre de 2014.

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